Abundancia o ¡Atáscate que hay lodo!

“El exceso hiere el espíritu, pero el exceso no tiene que ser el resultado final de la abundancia”.                                                                          Amity Gaige



Navidad, Cookies, Galleta, Familia, Pastel     
 Diciembre y las fiestas de fin de año se caracterizan por ser época de excesos. Esta costumbre tiene una razón de ser.  En otros tiempos se almacenaba todo lo que  se cosechaba en otoño con el fin de tener comida para el invierno, sobre todo en regiones con clima extremo en donde no había posibilidad de encontrar comida durante la época invernal, por lo tanto era importante acaparar y guardar para tener la mesa llena hasta que el clima cambiara.   Otra razón es que, cuando la temperatura exterior baja, nuestro cuerpo necesita un mayor aporte calórico para mantener la temperatura corporal, es por eso que notamos que nos da más hambre y nuestro cuerpo pide alimentos más densos y pesados.

    No obstante,  en nuestros tiempos, con abastecimiento durante todo el año y ambientes con temperatura controlada,   el exceso se ha vuelto una tradición decembrina.  Pareciera que no pudiéramos hacer otra cosa más que comernos y bebernos todo lo que se nos pone enfrente.  Como si ante la abundancia no tuviéramos más opción que sucumbir.   Sería horrible desperdiciar la oportunidad.  Ya tendremos enero para restringirnos.   Y, he ahí el punto...

    La abundancia poco tiene que ver con los excesos.  La abundancia significa tener lo que necesitas cuando lo requieras, en la abundancia no es necesario acaparar o aprovechar, pues sabes sabes que el suministro de tus necesidades (físicas, emocionales, afectivas, etc.) está seguro.   Tomas lo que necesitas y puedes soltar lo que ya no necesitas.  

    El exceso por otra parte, es hermano de la restricción.  Nos excedemos porque no estamos seguros de que  ese satisfactor, ya sea comida, compañía, cariño, etc., pueda estar disponible para nosotros.   Incluso ingerimos cosas que no nos gustan tanto o que nos hacen daño, porque sólo las encontramos en esta época del año. Si nos detenemos a reflexionar sobre lo que estamos dejando entrar a nuestro sistema nos podemos dar cuenta que ese platillo navideño, al saborearlo detenidamente sabe a chancla vieja; que esa bebida que se ve tan festiva en realidad nos cae como bomba; que cuando nos sentamos junto a la tía Anacleta sentimos como si un camión de volteo nos enterrara bajo un montón de desechos tóxicos; y que hay celebraciones que en vez de energetizarnos y alegrarnos nos drenan la fuerza vital y nos dejan como si un zombie se hubiera comido nuestro cerebro.   No es de extrañar que esta época sea depresiva y estresante para muchas personas.  

     Claro que si nos llenamos de todo esto, en enero sentimos como si necesitáramos revertir todos estos excesos de nuestro organismo  y volver al equilibrio.  Pero no es que necesitemos un detox, ni la dieta de moda (de hecho, nadie necesita ninguna de las dos y sólo agravan y son parte del problema).  Necesitamos, en primer lugar, darnos lo que realmente queremos y en la cantidad que sea cómoda y placentera para nosotros, no atiborrarnos de situaciones y actividades que nos sobrecargan y no estamos tan seguros de querer dejar entrar en nuestro sistema.

     ¿Cómo pasar estas fiestas con una sensación de abundancia?   



Es importante estar conectado con nuestras sensaciones corporales:  ¿Tengo hambre? ¿Me gusta? ¿Cómo me cae?  ¿Lo estoy disfrutando?  Mantenernos conscientes mientras comemos o bebemos viendo si la experiencia está siendo placentera o no.  Si la respuesta es no, podemos parar.   Para lograr esto es necesario que hagamos contacto con nuestra saciedad, nuestro cuerpo emite una señal que dice "Ha sido suficiente", que en esta época puede ser difícil de escuchar, sobre todo cuando estamos ante bebidas o alimentos que nos traen recuerdos placenteros.   Una manera de tenerla presente es saber que después de que esta señal se prende el placer ya no sigue.   Puedes pensar que si comes más de ese delicioso platillo tu placer aumentará, pero lo que sucede es que el placer se va convirtiendo paulatinamente en indigestión, incomodidad, hinchazón, gases, dolor, y otra serie de síntomas que son capaces de arruinarle la diversión a cualquiera. Descubrimos que el comer dos platos de galletas de la abuela no nos hizo volver a la infancia, pero nos puede traer una noche de insomnio o una visita al doctor.  

     Con las personas es igual,  preguntarte si en realidad quieres convivir, festejar y platicar con este grupo de personas.  Sentir  que te va pasando cuando estás con ellas:   ¿es expansión, gozo, celebración, o más bien culpa, retraimiento, contracción, enojo y defensa?  Si en algún momento sientes esto, te puedes mover a otro lugar o irte.

    Date cuenta que lo que ahora parece más accesible, en realidad está a tu disposición todo el año si lo necesitas.  Benditos tiempos modernos que nos permiten comer bacalao enlatado en mayo, o pavo al horno en junio (considerando que a alguien se le antoje comer pavo en esas épocas). 

     En el aspecto económico, checa si lo que inviertes en cada regalo, donación,  etc.,  traerá como consecuencia mayor abundancia, felicidad y amor tanto a ti como a la persona que se lo das, si no es así, mejor abstente de dar.  Los regalos por compromiso no sólo te vacían la cartera sino también tu capacidad de ser generoso desde otro lugar.  

    Te deseo que pases unas felices fiestas, que disfrutes de la compañía, de los regalos, de la comida,  de la bebida en abundancia y con placer; y que tu vida y tu cuerpo se llenen de amor, felicidad y bendiciones.





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