SIGUES AQUÍ (Recordando a mi papá)

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Hace un año te fuiste.  No sé exactamente a dónde. Quizá al "cielo" el cual me imagino como un lugar apacible en donde todos visten de toga blanca, corona de laurel y caminan o vuelan con alas de ángel entre nubes y rayos de luz blanca... Parece un buen lugar, pero no estoy tan segura que exista tal como yo me lo imagino pues esta imagen no ha variado desde que tengo 6 años.

A lo mejor oíste las indicaciones que te daba cuando dejaste este cuerpo y te leí el Libro Tibetano de los Muertos.   Te advertí de las deidades que podías encontrarte en los Bardos y  te repetí una y otra vez que no tuvieras miedo y vieras directamente a la luz.  Espero que hayas podido oír mis instrucciones y hayas atravesado sin contratiempos. Que no te hayas sacado de onda con las deidades pacíficas ni con las super freaky que comían cráneos y escupían sangre.  Ojalá y hayas llegado con bien al portal del útero y renacer, o mucho mejor, hayas llegado al Nirvana para fundirte con la inteligencia universal de la que todos formamos parte.

También puede ser que tu energía se haya dispersado y esté presente en nuevas configuraciones.  El  el aire que respiraste sirve de sostén para el vuelo de una mariposa, forma una nube o mece los árboles frente a mi.  A lo mejor las vibraciones de tu voz han viajado desde la última vez que hablaste y ahora van rondando la Luna. Es probable que el calor que emitió tu cuerpo junto con las partículas que, siguiendo tu naturaleza osada y aventurera hayan alcanzado a escaparse de la urna, estén ahora explorando, jugueteando y volando libres por la atmósfera.  Algunas finalmente cayeron a la tierra y ahora son parte del suelo fértil o del polvo que sacudo en mi casa.

Todos estas son suposiciones e imaginaciones de lo que pudo haber pasado con tu ser energético y corpóreo, pero no puedo afirmar que ninguna sea cierta.  La única certidumbre que tengo es que estás en mí, que nunca te fuiste: estás en mi ADN y lo confirmo cada vez que veo mis manos que son iguales a las tuyas; estás en mis caminos neuronales en forma de recuerdos y memorias. Ahí puedo verte una y otra vez.  Vives en mí cuando repito alguna de tus expresiones, cuando como tus platillos favoritos o cuando escucho tus palabras dentro de mi cabeza y mi corazón.

Hace un año que te fuiste, no podía entender por qué mi tristeza era suave y gentil; casi no dolía, tenía un sabor agridulce que más se parecía a la nostalgia y a la añoranza.  Al principio pensé que era porque te había visto impotente y frustrado en un cuerpo envejecido y enfermo el cual no respondía los mandatos del joven vibrante que llevabas dentro.  Pero ahora me parece más claro... no estoy triste porque sigues conmigo.

Gracias por tu vida y por la mía.



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