Mandala de arena: lo que me enseñó la escoba durante la cuarentena

Foto mandala de arena

Hay algo profundamente espiritual en el trabajo doméstico 


Desde que inició la cuarentena por el Covid-19, me he visto invitada (¿obligada?) a desarrollar labores domésticas, las cuales sólo hacía muy de vez en cuando.  Siempre he tenido el privilegio de contar con personas que desarrollan esta labor en mi casa, mismas que en este momento están también cuidándose en sus casas..

Y heme aquí, con una casa llena de pelos de perro, platos sucios que se multiplican como hongos en época de lluvia y baños que se ven pintados con diversas sustancias, y yo, con mi poca gana de lidiar con estos.  No me quedó otra, me armé con escoba, trapeador, jerga... y a limpiar.

Al principio lidié con una gran frustración, pues acababa de limpiar la cocina y alguien entraba, se preparaba un pan con mermelada y volvía a ensuciar justo lo que yo acababa de dejar reluciente.  Apenas trapeaba, llegaba mi perro a acostarse y a sacudirse dejando más pelos de los que había originalmente.  Descubrí la ley infalible de la multiplicación de los platos: no importa cuántos platos hayas lavado, si te volteas un segundo, aparecen en el fregadero, por arte de magia, pilas de platos sucios esperando ser lavados. 

En una cultura en la que somos condicionados a tener resultados y que esos resultados puedan ser medibles y concretos, la poca permanencia de los mismos resulta muy frustrante y casi se siente como fracaso.  Así,  a tareas como las realizadas en el trabajo doméstico, que no tienen resultados permanentes que mostrar, se les resta importancia y valía.

No obstante, tal y como escribí al inicio, hay algo profundamente espiritual en el trabajo doméstico y pude percatarme de esto a medida en que se volvió una rutina diaria.  Mientras desarrollaba estas labores, comencé a notarme más centrada, en paz con el momento y casi puedo decir que con cierto grado de gozo, que provenía de una mente en el presente, enfocada en la tarea que en ese momento estaba realizando y, si bien había una meta (terminar de trapear la cocina), también había un desapego a la permanencia de este resultado.   Me enfocaba en hacerlo y eso era lo importante, lo que pasara después me dejó de afectar.


La impermanencia


El trabajo doméstico puede ser comparable a un mandala tibetano de arena.  En estas bellas formaciones los monjes tibetanos invierten una gran cantidad de tiempo y dedicación.  Combinan diversos colores que vierten de manera cuidadosa y precisa.  Después de terminarlo este es destruído, así como les digo, lo ponen en una urna y lo esparcen en el río o es repartido entre las personas. Este proceder suena ajeno en una cultura como la nuestra ¿para qué invertir tanto tiempo en algo que no va a durar?, ¿de qué sirve realizar tanto trabajo para luego destruirlo? 

Esta ceremonia para los tibetanos simboliza el principio de impermanencia y transformación, que forma parte de la vida, pues no hay nada que permanezca estable e inmutable y nos toca estar en paz con esto.  El sentir que podemos asirnos a algo y de esta manera lograr seguridad no es más que una ilusión.  

Nada más claro en estos momentos de incertidumbre,  en donde el futuro aparece nublado, lo que sentíamos como seguro se ha desvanecido o está transformándose y, nosotros, hijos de la cultura Occidental, que crecimos creyendo que podíamos asegurarnos el futuro, nos encontramos perdidos.


Caminante no hay camino



Caminante, son tus huellas

el camino y nada más;
Arena, Huella, El Agua, Playa, Costa, VacacionesCaminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.


- Antonio Machado
                                                          

Hace poco, gracias a mi grupo de supervisión, conocí el pensamiento de Byung - Chun Han (1), filósofo coreano, que entre sus diversas y brillantes ideas, plantea las  diferencias de pensamiento entre la cultura Occidental y Oriental, mismas que matizan la manera de estar en el mundo y de lidiar con las crisis.  

Han, propone a la Oriental como una cultura de la ausencia, mientras que la cultura Occidental, valora la presencia, que tiene que ver con la esencia, con lo que perdura, con la sustancia, lo inmutable, lo que resiste al cambio, es estable, y al ser estable se contrapone y hace diferencia.

En la cultura Oriental, se ve el mundo de manera distinta: el ser como exigencia no domina en el pensamiento chino; los sabios chinos se movían a gusto en la nada, en la ausencia, misma que está asociada al caminar, al no habitar, a moverse donde no hay puertas ni aposentos. Se carece de morada fija y apoyo firme.  No hay rumbo, autor ni intención. Se funde el caminante con el camino.  Para ellos, el camino es lo fundamental, no el ser, y este camino es un proceso infinito en donde nada subsiste ni permanece.  Afirman que, sólo el que se vacía en un nadie puede caminar.  El caminante se olvida de sí mismo, nada desea, camina sin sí mismo, sin nombre y no se aferra a nada.  El caminante no resiste ni persiste, existe, no transita un tiempo lineal, sólo es presente, habita sólo el presente.

En Oriente se observa que las cosas fluyen, no hay diferenciación clara entre espacios,  mientras que la esencia Occidental hace hincapié en la diferencia que obstaculiza el fluir, es concluyente y excluyente.  En Oriente la ausencia es indiferencia. En Occidente dominan los límites y en Oriente las transiciones fluidas. 

Plantea que el pensamiento  Occidental es anti-gravitacional, se aspira a flotar, mientras que el Oriental es pro-grávido, se enseña a amoldarse a las condiciones, acomodarse al mundo natural, por lo que la relación con el mundo no está dominada por el hacer, sino por dejar suceder, fluir al mundo sin esfuerzo.  En lugar de un actuar resuelto, la cultura Oriental busca soltura y falta de esfuerzo.

Han, cita a Hegel cuando dice que al mar hay que conquistarlo porque el agua es engañosa, mientras que la tierra, si bien opone resistencia es un sostén seguro.   En Oriente, por otro lado,  se tiene una relación positiva con el mar y el agua, no hay miedo sino profunda confianza en el mundo, la transición tierra mar es vista como una transición entre lo limitado a lo inagotable, de la plenitud al vacío.  El que el agua carezca de forma propia ayuda a que tome la forma del otro, por lo tanto, no rivaliza ni se opone, no tiene forma ni interioridad y por eso puede estar en todos lados.

Para el Oriente, el mundo no es abismal sino múltiple, un camino que se modifica continuamente.  Los sabios chinos se amoldan al mundo con un pensamiento flexible, en su sabiduría no hay reglas.

En estos tiempos del Covid-19 en donde nos encontramos relegados en nuestros espacios, en donde hay restricción de tránsito y movimiento, nuestro mundo se vuelve más pequeño.  Perdemos todos esos proyectos despampanantes que nos hacían sentirnos productivos y exitosos, y ahora nos enfrentamos a realidades cotidianas:  sacar la basura, preparar la comida, acomodar el closet.   Nuestro piso se movió, no hay certidumbre, no hay referencia porque el futuro no aparece claro y eso afecta nuestro presente, pero también la forma en que vemos nuestro pasado y lo significamos. Un presente sin futuro, se vuelve también un pasado sin sentido. 

Sin tener la intención, nos hemos vuelto caminantes sin camino, tal como los maestros Zen.  El camino no esta demarcado, es un camino de agua, no hay un sostén claro, contundente, sólido y estable. 

Tal y como pasa en el mar, en este camino líquido, se ahoga quien más esfuerzo hace para no hundirse y flota el que se entrega al agua y deja que esta lo sostenga, el que se amolda a ella, no el que intenta conquistarla, tal y como lo proponía Hegel.

El tránsito por agua es lento, sólo nos podemos impulsar a través de ella aleteando,  no hay ramas o piedras de donde asirse, el agua no permite eso, pero sí ofrece cierta resistencia que sirve como apoyo para que nademos a través de ésta, pero si queremos tener referencia clara de en dónde fue que nos apoyamos para dar esa brazada, no la vamos a encontrar.  Nuestro paso a través del agua es igual al del sabio oriental, no deja huellas, si acaso una estela que desaparece casi inmediatamente. 

Hemos de aprender a ser caminantes (o mejor dicho nadadores de estos tiempos) abrazando una nueva visión de lo que es nuestro estar en este mundo, si es que queremos transitar por este tiempo incierto.

Sí, lo sé, hemos invertido mucho tiempo, dinero, cuidado y dedicación en construir esta configuración que ahora llamamos vida, sin embargo, es ahora  que nos damos cuenta que es tan volátil como un mandala de arena que está siendo removido por una gran escoba para dar paso a nuevos tiempos y  configuraciones.  

¿Podremos soltar lo ya construido para abrirnos al vacío?


(1) En estos momentos  apenas empiezo uno de los libros de Byung Chul Han, sin embargo, he podido tener un panorama general de sus ideas gracias a los videos publicados en YouTube por Claudio Álvarez Terán.  Lo escrito en este texto tiene como referencia el resumen del libro "La Ausencia" de Han.  Pueden encontrar el video aquí

Quiero agradecer a mi grupo de supervisión, que brindó los ingredientes para cocinar este texto, en el que me atreví a volver a escribir, después de que lo había dejado por un tiempo.   Miguel, que nos presentó el pensamiento de Eugenio Bornia y la visión de un presente sin futuro que cambia el pasado; Olga, que reflexionó cómo en estos tiempos los grandes logros exteriores se desvanecen y nos vemos forzados a voltear la mirada hacia lo simple, cotidiano y no por ello menos importante y lo difícil que resulta no tener una "rama" o apoyo para asirse e impulsarse hacia lo siguiente;  Lupita, con su anécdota cuando estaba aprendiendo a nadar y se sintió sostenida en el agua;  Vivi, que ella en sí misma es un mandala de distintas configuraciónes y con aves paradas en su cabeza, que nos presenta los misterios del cuerpo y la orientación; Gaby, con sus escritos y meditaciones diarias y con la creatividad que le surge a borbotones en este tiempo y que no deja de inspirarme a sacar la mía;  Lili, y su profunda mirada que abarca generaciones; y Gaby C. con su presencia remota. Gracias

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