¡Apúrale!






¿Tienes prisa? 

Yo sí.  La mayoría del tiempo.  Si leo un texto como este, extraigo un par de palabras y luego me voy a los puntos principales ¿Para qué detenerme leyendo todo el rollo?

Si te pasa como a mi, seguramente ya dejaste de leer en este párrafo, si pudiste llegar hasta aquí... ¡Felicidades! Eres de los pocos especímenes humanos modernos que leen completos los artículos en línea.  
Nota qué fue lo que hiciste para seguir leyendo
            ¿Respirar?
                                   ¿Bajar el rimo?
                                                           ¿Cómo se siente?

La prisa nos permite ir a gran velocidad, abarcar más y tener mayor información; con el inconveniente de que todo pasa tan rápido que apenas nos damos cuenta de lo que sucede. Estamos pensando en el siguiente paso y para eso contraemos el cuerpo, la respiración se hace rápida y superficial;  los ojos se fijan en el plano sagital y dejamos de ver lo que está alrededor nuestro. La prisa funciona igual que los parches que le ponen a los caballos que jalan carretas.






Claro, que nos permite llegar a tiempo  y a veces es necesario y deseable entrar en ese estado, pero ¿qué pasa cuando ese estado se ha quedado fijado y no podemos salir de él?

Si estamos permanentemente apresurados seguramente tendremos una imagen de productividad. La prisa y el estar ocupado, de preferencia en varios asuntos al mismo tiempo, es reforzado en nuestra cultura.   Pero, ¿en realidad somos tan productivos y eficaces en nuestra prisa?

La respuesta es NO. 

Podemos ilustrar esta declaración con la leyenda del semidios polinesio Maui [1].

En los orígenes de la vida Maui levantó el cielo para que los humanos pudieran caminar erguidos y el Sol se pudiera  elevar sobre la Tierra. Solo que, el Sol era muy egoísta y le gustaba cruzar de prisa el cielo. Tan rápido iba que a las personas no les daba tiempo de pescar, plantar comida, o secar sus vestiduras.  Empezaron a enfermar y a deprimirse.

Maui creó un plan.  Se ocultó en el extremo este del volcán más alto y calculó el camino diario del Sol.  Ató largas cuerdas formadas por el pelo de su hermana y formó un lazo.
A la mañana siguiente, el Sol salió de nuevo acelerando su paso a través del cielo, 
Maui atrapó el primer rayo y lo ató a un árbol. Poco poco lo fue atando rayo por rayo.

Al verse inmóvil, el sol aceptó negociar.  Prometió cruzar lentamente el cielo, lo que permitió que la Tierra tuviera condiciones propicias para  prosperar y florecer. 
El ritmo vertiginoso no es ambiente propicio para el sustento, tanto físico como emocional: nuestros sentidos se cierran en un objetivo, no saboreamos la comida, no vemos los colores, no apreciamos los sonidos y no notamos la presencia de las personas que nos acompañan y, al igual que el Sol, pasamos tan rápido que no dejamos que nadie se nutra de nuestra presencia.  Esto, sin mencionar el desgaste sufrido. El funcionamiento natural  del cuerpo requiere fluctuar de la activación (sistema nervioso simpático) al reposo y reparación (sistema nervioso parasimpático).

La activación constante a la que sometemos a nuestro organismo obedece a la exigencia de la mentalidad pragmática, orientada a resultados que rige nuestros tiempos.   El proceso, conformada por los trayectos, desviaciones, trámites e interrupciones, es descartado por ser una pérdida de tiempo.
Los vacíos y el silencio no pueden ser notados y honrados en un ritmo frenético, que ahoga toda posibilidad de novedad, ya que es en estos lapsos de silencio donde se forman nuevas conexiones neuronales (Kirste, Kronenberg, Nicola, & Kempermann, 2013).

Es en este ritmo pausado y espaciado donde reside el poder del cambio.  En la prisa repetimos, en la pausa notamos, descubrimos y creamos nuevas formas.
La siguiente vez que estés apurándote; detente, respira y cambia tu mirada, voltea a tu alrededor y contempla todas las posibilidades.
¿Qué aparece cuando sueltas la prisa?


Trabajos citados

David, M. (2015). The Slow Down Diet. Rochester, Vermont: Healing Arts Press.
Kirste, I., Kronenberg, G., Nicola, Z., & Kempermann, G. (2013). Is silence golden? Effects of auditori stimuli and their absence on adult hippocampal neurogenesis. Bain Struct Funct (220), 1221-1228.










[1] Citada en el libro de Slow Down Diet (David, 2015)

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